Un joyero sonorense, en la búsqueda de nuevas formas y estilos para incorporar en su obra, la cual era utilizada por los más acaudalados y elegantes hombres y mujeres de todo México, llegó hasta un destino impensable e improbable para él, el Caribe mexicano.
En este lugar, y tras mucho tiempo de intentos fallidos de encontrar nuevos estilos o técnicas para su joyería, conoció a una joven caribeña de piel oro al brillo del sol, cabello plata como la luz de luna dos ojos color negro obsidiana. Era como si el cuerpo de la joven fuera lo que siempre había estado buscando, la creación máxima que fusionaba su arte, sus gemas, sus metales y los colores del trabajo de toda se vida en una mujer.
El joven sonorense quedó eternamente enamorado de su belleza. Él, queriendo enamorarla, se acercó para contarle historias de su tierra, de un lugar árido, y seco, donde el orgullo del hombre se forja con sus acciones; con lo que no contaba era que para cada leyenda, mito, victoria, batalla, su amada le respondía con una igual de impresionante, pero de su Caribe adorado. Pasaron toda una noche, bajo las luces de millones de estrellas brillantes, como nunca más se ha vuelto a ver. Cada uno compartió el orgullo de sus ancestros, el legado de su tierra.
Al día siguiente, cuando la noche había terminado, una resplandeciente alba lo despertó. El brillo de su amada había desaparecido. La buscó desesperado por tenerla para siempre con él, sin lograrlo. Regresó a Sonora con la idea de que sus manos expertas replicaran el encanto de esa mujer; ver el dorado de su piel, sentir el fulgor plata de su cabello, mirar el azul de los zafiros y poder verla a ella; pidió miles de diamantes con la esperanza de tan siquiera poder tener el resplandor de las estrellas que tanto destellaron aquella inolvidable noche.
Todo fue imposible. Fracaso tras fracaso, ningún intento fue suficiente para él, hasta que comprendió que debía volver a donde la había conocido y capturar la esencia del momento, que el talento de sus manos no era suficiente, la magia del encuentro y del lugar debía impregnar su arte. Fue así que, a cada piedra labrada, a cada pieza construida, la veía a ella, en el arte que tanto había buscado perfeccionar.
Abandonó todo en su tierra para llegar al Caribe mexicano y fusionar su arte con la magia, historias y belleza del lugar donde se enamoró, y así recordarla, para ver lo que de su mente no podía salir. Cada pieza de su joyería, es una expresión de amor.